‘¡Jallalla aimara aru!’: el grito de la primera promoción de graduados en aimara de Perú

Instituto Iberomericano de Lenguas Indígenas
10.12.2023

El PAIS:– Es de noche en el auditorio José Antonio Russo, ubicado en el campus de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, una de las más antiguas de América, fundada en 1551. Al fondo se escucha el fuerte rumor musical del sikuri. Un grupo toca el instrumento prehispánico de caña, mientras se vuelve a escuchar el grito: “¡Jallalla aimara aru!” (”¡Qué viva el idioma aimara!”)

Lo ha dicho también Zareli Shicshi, una estudiante de secundaria de 17 años que se ha graduado en aimara, el tercer idioma más hablado del Perú tras el castellano y el quechua. Y es el clamor que retumba en este recinto cuando acaba de graduarse la promoción Kutt’anipxañaniwa, waranqa waranqanipxañaniwa (”Volveremos y seremos millones”), una decena de alumnos que, por primera vez en el Perú, se ha dedicado a aprender esta lengua prehispánica de manera sistemática durante 18 meses.

El curso completo, que tiene tres ciclos, cuesta 520 soles (poco más de 127 euros) y ofrece a quienes participen la posibilidad de conocer el idioma, hablarlo, componer canciones, poemas. Quienes lo siguen, pueden ser luego profesores en los colegios donde hay educación intercultural o ser traductores. Y tiene el respaldo de una universidad, como no había ocurrido antes.

“Mi familia no es de las zonas donde se habla aimara, sino de la sierra”, cuenta Zareli, “pero la yatichiri (profesora) Cynthia fue a mi colegio y me motivó a aprender este idioma, a pesar de que todos mis compañeros querían aprender inglés”. El idioma que se enseña en el Centro de Idiomas de San Marcos tiene esa magia para convencer. Lo hablan cerca de medio millón de personas en el Perú y en total unos 2 millones en Bolivia, Chile, Perú y Argentina (en Bolivia es uno de los 36 idiomas oficiales). Según el reputado lingüista peruano Rodolfo Cerrón-Palomino, además, fue predominante entre los incas. No el quechua, como se suele creer.

En un riguroso ensayo publicado en el 2004 por el Boletín de Arqueología de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Cerrón habla de la “endeblez de la tesis del quechuismo primitivo” y sostiene que, gobernaba Túpac Yupanqui (el décimo inca, según la historiografía tradicional), hacia fines del siglo XV, el aimara fue el idioma oficial del Incario.

Más aún: cuestiona la vieja creencia de que la palabra ‘Cuzco’ significa “ombligo del mundo” y más bien explica cómo la palabra provendría de ‘qusqu’, un término que en dialectos de la zona de Oruro (Bolivia) sirve para nombrar a un tipo de lechuza. Otras de sus pesquisas dan fuerza a esta tesis, que también sostienen que el origen del aimara estaría en el centro-sur del país.

Curiosamente, la familia de Zareli es de Cerro de Pasco, una región donde más bien hay quechuablantes, pero quizás entre sus ancestros no haya tanta disonancia. A medida que avanzó la historia de los Incas, el aimara se mezcló con el quechua y, por eso, hay numerosas palabras comunes entre ambos idiomas. Una de ellas es q’alatu, un término muy usado en cualquier parte del Perú bajo la forma calato, que designa a una persona desnuda.

La palabra wawa, que designa a un niño, también sería de origen aimara, y se usa igualmente en quechua, y está muy extendida en varios países. El aimara, asimismo, forma parte de la familia lingüística Aru, que incluye a este mismo idioma, así como al jaqaru y al cauqui, de uso minoritario en el Perú. “El español está prestadito nomás”, dice Zareli.

La lucha y la discriminación

Pero hablar lenguas nativas en Perú puede implicar discriminación. Alfredo Nahuincha, otro de los miembros de la promoción, sí tuvo al aimara como lengua materna, pues nació en Puno, el departamento del Perú donde más se habla. Sin embargo, en su colegio, este idioma no fue parte del menú educativo y, cuando siendo joven se vino a Lima a estudiar, lo fue perdiendo paulatinamente. “Lo sabía de niño, pero ahora lo estoy retomando muchos años después”, relata y añade que alguna vez lo discriminaron por saber que era aimara y sabía algo de la lengua. Se burlaban de él y “decían que era de una zona donde corrían las llamas y volaban los cóndores, con lo que revelaban su desconocimiento”. Hoy aprende orgulloso esa lengua que siempre estuvo en él.

Claudia Cisneros, coordinadora de Lenguas Originarias del Centro de Idiomas y también integrante de la promoción, tiene una historia peculiar. Tenía el quechua de lengua materna y, al igual que Nahuincha, fue perdiéndola al venir a Lima con su familia huyendo de la violencia terrorista desatada en los años 80. Con un aura nostálgica, relata que tuvo que recuperarlo preguntando en las calles, los mercados y el transporte público.

Hasta que entró a estudiar en la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, ubicada a 42 kilómetros al este de Lima, y se encontró con un profesor que sabía quechua y aimara. “Mi lengua se había amarrado (bloqueado)”, recuerda, y desde entonces se interesó por esta lengua, por su cercanía al quechua. “Todas las lenguas originarias nos dan identidad cultural”, afirma.

Hasta que entró a estudiar en la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, ubicada a 42 kilómetros de Lima hacia el este, y se encontró con un profesor que sabía quechua y aimara. “Mi lengua se había bloqueado”, recuerda, y desde entonces se interesó por el aimara, por su cercanía al quechua. “Todas las lenguas originarias nos dan identidad cultural”, afirma.

Hoy lo estudia y lo promueve, consciente del profundo significado cultural que ha tenido en la historia y el presente de la cultura andina. Se cree que los aimaras provienen de la cultura Tiahuanaco, que habitó en las orillas del lago Titicaca entre los siglos I y 900 D.C. Hacia el siglo XIII, se formaron los primeros reinos aimaras, entre ellos los de los Lupaca, Collas y Pacajes. En el siglo XV, fueron invadidos por los Incas, y de allí la vieja vinculación del Imperio con esta lengua.

Hasta ahora, su lengua es precisamente una de las columnas de esta cultura, que por siglos ha protagonizado episodios de resistencia. Túpac Katari, por ejemplo, se rebeló contra el poder colonial español en 1781 y, al igual que Túpac Amaru, fue descuartizado por cuatro caballos de que tiraban de él. Entre 1895 y 1925, los aimaras protagonizaron varias revueltas contra los hacendados. En años recientes, este pueblo ha protagonizado diversas movilizaciones.

Brígida Huahuluque, profesora del curso, no desvincula su oficio de esa crujiente atmósfera cultural. “Creo que el estudiante debe sentirse orgulloso de su lengua, su cultura”, declara, y a la vez cuenta que participó en las protestas contra la actual presidenta Dina Boluarte, luego que el 9 de enero de este año un enfrentamiento de las fuerzas del orden con ciudadanos, en su mayoría aimaras, terminó con la muerte de 18 de ellos. “Nos siguen matando”, dicen con indignación.

Desde mayo del 2022, el aimara ya se puede traducir en Google. También existe, en la misma Universidad de San Marcos, Illariy, un avatar de inteligencia artificial que presenta noticias en quechua y aimara. En Bolivia, existe una aplicación llamada ‘Felisa Yanapiri’, creada para prevenir la violencia contra las mujeres. Yanapiri significa “la que ayuda” y es, tal vez, una palabra que encierra gran parte de los esfuerzos que se hacen para conservar esta lengua prehispánica tan hermosa (sumaq, en ambas lenguas originarias), de palabras largas como el euskera, y de extensa historia. Que junta en un haz la aventura de los Incas, el sentimiento andino y la resistencia indesmayable. ‘Jallalla aimara aru”, se sigue escuchando en medio de la noche y de estas aulas donde se vive este idioma.